Los hijos sabemos que somos el templo. Un tempo viviente para un Dios viviente, seres vivos para un Dios vivo. Esa es nuestra principal función, ser templo del Dios vivo. Algo incomprensible para la razón humana, no se puede comprender con la mente cómo es posible que el Creador del universo viva en el hombre-templo.
Cómo es posible que ni siquiera el universo infinito pueda contener a Dios y que nosotros como templo podamos decir que Dios vive dentro de nosotros. Simplemente no lo podemos racionalizar, sólo sabemos que así es.
Muchas personas incrédulas, pero con un hambre genuina de entenderlo o de querer creerlo preguntan cómo sabemos que así es. Y hay dos respuestas, la primera y digamos la más básica es que lo sabemos por fe. Porque creemos lo que la Biblia dice al respecto y decidimos creer esa verdad. Una vez que hemos declarado y creído que Jesús es el Señor, entonces Él mora en el creyente, y dice la Biblia que en Cristo habita “toda la plenitud de la Deidad” en otras palabras no es un “pedacito de Dios”, sino todo Él. (Colosenses 2:9-10).
Pero la otra parte es porque podemos ver que nuestro templo es llenado con Su Presencia. No podemos decir qué es pero nosotros y la gente se da cuenta.
Vamos por partes, dice la Biblia en el salmo 93:5 (Versión de lenguaje sencillo): “Tu presencia da a tu templo una belleza sin igual”. Algo pasa en nosotros, su templo, cuando somos llenos de Su Presencia. Cuando Él rebasa nuestra fe y nos satura con Su Espíritu Santo que trasciende y nos embellece.
Recuerdo una ocasión que un amigo oró por mi esposa. Cuando terminaron de orar, ella tenía algo en su rostro, yo no sabía cómo definirlo pero era evidente que su rostro reflejaba algo mas que paz. No se ni cómo describirlo pero tenía algo notorio y evidente. Al otro día nos encontramos a unos amigos y al saludarnos nos dijeron que algo le notaban a mi esposa…pero no sabían qué le veían, le preguntaron si había cambiado de lentes, que si se había pintado el pelo, pero no pudieron definir qué le veían diferente, sin embargo era evidente que algo tenía.
Y no era otra cosa que la llenura de la Presencia de Dios en su vida, la había hermoseado. Me imagino que ese algo no definible pero evidente es lo que los grandes pintores quisieron reflejar en los cuadros de los santos al ponerles la aureola.
La gente veía que brillaban, que algo bonito tenían en sus caras, era precisamente la llenura de la presencia divina.
Si eres un templo no lo dejes vacío, deja que te inunde en este momento Su Presencia.
Armando Carrasco Z.
lunes, 20 de octubre de 2008
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1 comentario:
buena reflecxion sobre el espiritu santo bendito,el endereza los caminos,es el unico que abre nuestros corazones para manifestar la gloria de dios
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